Con motivo del 35° aniversario de la creación del Instituto Internacional Jacques Maritain, tuvo lugar en Roma, en Marzo 2010,  una Conferencia Internacional sobre la filosofía de la persona en J. Maritain, organizada por el propio Instituto y la Fundación Roma.

Introdujo el tema como invitado especial el ex Director General de la UNESCO, Sr. Federico Mayor, y luego se  realizaron dos sesiones, una sobre el significado del conocido libro de Maritain “El Hombre y el Estado”,   a los 60 años de su publicación,  y otra sobre religión, política y cultura en el Mediterráneo.

No es intención de estas líneas dar una visión detallada de las diversas ponencias, de gran calidad, sino más bien recoger y comentar algunos conceptos y apreciaciones de importancia, ya que tocan cuestiones actuales, a la luz del pensamiento del filósofo francés. Para redactar esta reseña se ha tenido especialmente  presente un texto en italiano presentado por el Secretario General del Instituto, Dr. Roberto Papini, “a modo de conclusión”.

Es un hecho que en Maritain la idea de persona está vinculada a la tradición clásica desarrollada en el ámbito del Mediterráneo, inicialmente por el pensamiento helénico, su reinterpretación judeo-cristiana y en cierta medida incluso musulmana, sin perjuicio de otras influencias externas.

Maritain parte de la definición clásica de persona, como sustancia individual de naturaleza racional (Boecio, Tomás de Aquino). En la antropología maritainiana la sustancialidad de la persona está acompañada de su dimensión relacional, lo que le permite concebir una perspectiva personalista y comunitaria de la sociedad.

En la antropología tomista la dimensión social no estaba ausente, pero en Maritain es afirmada  más explícitamente.  En el ser humano la subsistencia de cada ser viviente deviene en subjetividad, porque el individuo-persona llega a ser capaz de autoconciencia, autodeterminación y diálogo.  Allí estaría la raíz y el horizonte normativo de los derechos humanos.

Como se sabe Maritain distingue entre individuo y persona. El primer concepto está vinculado a  las necesidades materiales del ser humano que lo subordinan  al  grupo social; pero el hombre como persona está por sobre la sociedad, porque su valor espiritual trasciende la vida social. Naturalmente esta distinción tiene importantes consecuencias en cuanto a lo social y político.

El concepto de persona en la actualidad

El estatuto de la persona ha recibido diversas influencias,  incluso desde el Islam, donde también se ha reconocido, liberándolo con dificultad de la tutela teológica. Ha resultado difícil individualizar el estatuto personal  en las diversas tradiciones islámicas, ya que parece existir solo a través de la oumma ( la comunidad de creyentes ), pero el creyente estaría llamado a responder individualmente de sus actos delante de Dios su Creador.

Sin duda la idea de persona en Maritain marca diferencias con el comunitarismo de las religiones asiáticas y con la negritud vitalista de África, con la cual es difícil establecer comparaciones. Con todo, en “El campesino de la Garonne” el filósofo escribió que en las grandes religiones no cristinas algunos sabios habían alcanzado la intuición del ser, “sin la ayuda del Doctor Angélico”. De allí desprende que el cristianismo no debe considerarse ligado a la civilización occidental, y defiende su universalidad que trasciende todas las culturas.

El concepto de persona, no solo como principio ontológico, sino también ético y político, fundamento del orden social, ha sido profundizado no solo por Maritain, sino por muchos otros filósofos, cada uno con matices diferentes. Entre ellos puede señalarse a Scheler, Guardini, Mounier, incluso al propio Karol Wojtyla, en su etapa filosófica en la Universidad de Lublin, antes de ser designado Pontífice romano.

Sin embargo, sin perjuicio del reconocimiento del concepto en el plano filosófico, político-social,  económico y ecológico, donde su pertinencia es más evidente, ha perdido reconocimiento  en temas como los que surgen del desarrollo de la informática, de las nanociencias, la ciencia cognoscitiva y la biotecnología.

Maritain  siempre sostuvo que la idea de persona debía fundarse en una sólida filosofía que no separara espíritu y materia, en circunstancias que la modernidad se ha caracterizado por esta separación y por acentuar la individualidad. A partir de cogito cartesiano en el plano filosófico, del libre examen de la Escritura sostenido por Lutero en materia religiosa, y de la bondad natural del hombre de Rousseau, en el plano sociológico, se llega fatalmente a un individualismo radical. En la subjetividad empírica, la persona desaparecería.

Para el realismo maritainiano, en cambio,  el acto de conocer de la inteligencia humana no es un juego subjetivo, sino un acto de sumisión al objeto, puesto que  la inteligencia divina es la causa y medida de las cosas, la verdad de nuestra inteligencia humana es causada y medida por la realidad.

El sujeto individual  puede cerrarse sobre sí mismo hasta olvidar la existencia de la alteridad. La afirmación de la dimensión relacional  es una contribución importante de la filosofía cristiana,  que se confronta con la discusión actual sobre la llamada “muerte del sujeto”. En la sociedad tecnológica e individualista, en que ha culminado hasta aquí el proceso de la emancipación humana, el otro es considerado como un extraño. Eso conduce a la despersonalización y al debilitamiento de la sociedad; el hombre afligido y empobrecido está listo para ser manipulado.  El nuevo horizonte en que el hombre se ve circunscrito lo aleja de Dios,  sustituyéndolo por mitos y símbolos religiosos alternativos que el proceso de secularización ofrece en abundancia.

Maritain no niega el valor de la subjetividad y reconoce que la filosofía moderna está plena de riquezas que sería absurdo olvidar. En diversos pensadores contemporáneos encontramos análisis  que permiten comprender mejor la riqueza de la subjetividad.

Algunos autores, como Ricoeur, consideran que el debate actual sobre la persona no puede olvidar que el personalismo no ha sido suficientemente competitivo (respecto a otras filosofías) para vencer la batalla del concepto, porque el personalismo sería algo menos y algo más que una filosofía.  Pero el mismo autor reconoce que la persona vuelve a hacerse presente[1],  porqué “continúa siendo el mejor candidato para sostener  la lucha jurídica, política, económica y social” en defensa de los derechos humanos.

El pensamiento contemporáneo afirma en cambio una posición “débil” (Rorty, Vattimo) o incluso absolutamente nihilista, que dificulta la defensa de la identidad personal  frente al riesgo de “cosificación”. Se ha afirmado que el individualismo contemporáneo intenta una “individualidad sin persona”.

El Estado y la sociedad civil

En el plano político la modernidad inventó el Estado, consagrando su soberanía y otorgándole supremacía respecto a los llamados cuerpos intermedios. Esa estructura jerárquica deja poco espacio a la sociedad civil y a los derechos de la persona. Desde la paz de Westfalia a la Declaración de los Derechos del Hombre tal estructura ha prevalecido y continúa siéndolo aún hoy, en el marco de una globalización que está modificando el escenario sobre todo en los aspectos económico-financieros y jurídicos, que evolucionan cada día más hacia una trasnacionalización.

Esta valorización del Estado soberano  contrasta con el personalismo político maritainiano  expuesto de manera más completa en su obra “El Hombre y el Estado”. Según Maritain la idea de persona se traduce en el plano político en “una sociedad de hombres libres” que define como “personalista y comunitaria”. Personalista porque su estructura es respetuosa de la persona y promueve su desarrollo; comunitaria porque la sociedad política es una “comunidad de comunidades” cuyo eje central es la relación entre los seres humanos.  Lo que presupone  una sociedad pluralista (tanto en lo religioso como en lo social) vitalmente democrática (no meramente procedimental), respetuosa de los derechos humanos, políticos y sociales. Al centro de la teoría política maritainiana  está el cuerpo político (hoy diríamos la sociedad civil) y no el Estado soberano, que tiene carácter instrumental.

La filosofía maritainiana, a diferencia de la liberal individualista o del pensamiento marxista, reconoce al ser humano  una dignidad que se explicita  en una dimensión relacional, lo concibe como ser histórico, culturalmente situado en un contexto de reciprocidad.  Los derechos del hombre constituyen  el corazón de la democracia, ya que obligan a los poderes políticos a referirse al ciudadano y  rendirle cuenta de sus decisiones.

En la “democracia de mercado” en que está transformándose la democracia actual,  el ciudadano ya no es considerado  como participante, directa o indirectamente,  en las decisiones políticas, sino como consumidor de los bienes políticos, al igual que consumidor de los bienes económicos.  No se sabe diferenciar la naturaleza de la democracia y la naturaleza del capitalismo contemporáneo. En una sociedad donde el mercado es fuerte, el poder político tiende  a declinar y admitirá ser sometido a los poderes económicos. Justamente lo contrario a la idea de democracia en Maritain.

En el plano internacional, en la medida que progresa la democracia en diversos países y en los organismos internacionales, se puede afirmar que progresa también – aunque lentamente – una cultura de los derechos.  Pero el avance no siempre resulta de los acuerdos entre estados, sino que es impulsado por la voluntad de los ciudadanos que quieren “vivir juntos”, después de haber experimentado los desastres de conflictos y guerras al parecer interminables. Aunque lejana, es la única perspectiva de una paz duradera.

Una economía humana

Maritain no ha tratado directamente el tema de la economía, pero en el conjunto de su obra se evidencia  que su idea de persona presupone la de un desarrollo económico respetuoso de los derechos humanos, lo que contrasta con el modelo actual. En los hechos el pensamiento económico dominante  se funda en el utilitarismo, el funcionalismo y el individualismo axiológico.

Desde fines del siglo XVIII las ciencias sociales y principalmente económicas, han tenido como supuesto una antropología   del homo economicus, cuyo basamento son el individualismo, que pretende encontrar la fuente de los valores en las preferencias individuales, y el interés propio, que sostiene como única motivación del individuo la consecución de sus propios objetivos. El individualismo niega la sociabilidad humana porque desconoce  la necesidad de reconocimiento que todos tenemos, el autointerés rechaza  la reciprocidad porque niega que las relaciones interpersonales tengan un valor en sí. El personalismo de Maritain ha sido un eficaz antídoto contra un reduccionismo semejante, pero no ha podido evitar su hegemonía. Con la evolución hacia una sociedad post industrial, se asiste actualmente a una revalidación del pensamiento del filósofo.

El economista alemán M.Gr. Dönhoff sostiene que “nadie puede negar que el sistema de mercado dada su eficiencia sea superior a cualquier otro sistema económico; pero cuando el mercado, sin crítica alguna es idealizado  y  no se le ponen  límites éticos, entonces puede suceder que con el tiempo se derrumbe”[2].

La doctrina individualista de los derechos no está en condiciones de resolver la cuestión de la distribución de los bienes producidos por el sistema económico.  El solo poder adquisitivo de las personas no es criterio suficiente, porque parte de una noción de los derechos  independiente de los vínculos sociales y resulta incapaz de definir correctamente el bien común.

El neo contractualismo, expresión del liberalismo económico, sostiene que los individuos ligados por un pacto social, persiguen su propio interés a través de la libre contratación. Pero no todos los individuos están en la misma posición de fuerza. Como escribe el profesor Stefano  Zamagni “la interpretación del concepto de persona (en la teoría contractualista) niega precisamente lo que es  esencial a la persona: la interacción con los demás y la relación con sus semejantes como un valor en sí”[3]. El determinismo económico condiciona fuertemente la libertad política, lo que hace precaria la posibilidad de una democracia real.  De donde se deduce según el mismo Zamagni que  “la idea de construir la sociedad humana sin una cultura de la reciprocidad  es una idea ingenua y anacrónica”.

Respecto al modelo actualmente dominante en la economía, Benedicto XVI en Caritas in Veritate ha hecho presente que no existe solo la economía capitalista. “La distinción hasta ahora más difundida entre empresas destinadas al beneficio (profit) y organizaciones sin ánimo de lucro (non profit), ya no refleja plenamente la realidad, ni es capaz de orientar eficazmente el futuro… ha ido surgiendo una amplia zona intermedia… empresas que tienen un objetivo de utilidad social, por el amplio mundo de agentes de la llamada economía civil o de comunión”( N° 46)  Como siempre afirmó Maritain, el hombre además de individuo es persona, un sujeto que anhela la felicidad, mientras que al individuo le basta la utilidad.

Una ecología para el hombre.

Un tema sobre el cual en nuestro mundo globalizado se toma mayor conciencia son las amenazas a la persona que vienen de la desprotección del medio ambiente. Maritain no escribió explícitamente sobre el tema, pero su pensamiento ecológico está implícito en su visión del hombre como ser creado. Para Maritain se trata de una creatura de Dios. La naturaleza no es madre del hombre como cree el naturalismo, sino hermana, un don de Dios del que el ser humano debe hacer un uso responsable.

Desde la conferencia de Río de Janeiro de 1982 se ha llamado la atención sobre los riesgos crecientes de las desconsideradas agresiones a la naturaleza y sobre la necesidad  de una ética que establezca una relación adecuada entre el hombre y la naturaleza.

Benedicto XVI en su mensaje a la Jornada Mundial por la Paz en Enero 2010,  ha puesto en acento en una relación hombre-naturaleza  que sea guiada por una ética “amiga del hombre”, pero también de la naturaleza, insistiendo sobre el hecho que una correcta relación entre el hombre y la naturaleza  es vital,  incluso para el mantenimiento de la paz.

Una vida hedonista y consumista considera el ambiente como una “cosa” para disfrutar a su placer y no como un don para “cuidar y cultivar” (Génesis 2,15)  Pero es sin duda contrario al verdadero desarrollo considerar la naturaleza más importante que la persona humana. Porque es en la  persona donde  culmina la creación divina.

 

Sergio Fernández Aguayo

Presidente del Instituto Jacques Maritain de Chile

[1] P.Ricoeur, “Muere el personalismo, vuelve la persona”, Esprit, 1983.-
[2]  M.Gr.Dönhoff, “Civilicen el capitalismo: límite de la libertad”, Stutgart, 1997, citado por R.Papini.
[3]  S.Zamagni, “Persona e problema económico nella post-modernidad”, Bologña, Il Mulino, 2003, citado por R.Papini.