Pronunciar las palabras inaugurales recuerda la actividad que desplegaban los augures en la antigua Roma.
Estos augures eran sacerdotes cuya función consistía en una intervención previa al comienzo de una actividad pública o privada que podía consistir: en el inicio la de una obra pública, en la apertura de un templo, en la definición de un asunto militar, en la apertura de una celebración o juego, etc., manifestando en dicha intervención el éxito o el fracaso de la acción a desplegar.
Estos anuncios o previsiones consistían en adivinaciones, es decir no eran la conclusión de un razonamiento o de una intuición.
Se trataba de una intervención que se desarrolla en el umbral que existe entre lo sagrado y lo profano, entre la religión y lo político.
Sus predicciones tenían gran predicamento e influencia sobre las decisiones a toma, es decir no eran desoídas.
Estas palabras podría seccionarlas en dos, por una parte aquellas que se relacionan con el uso común que le damos al término augurio y que comprenden las de bienvenida, agradecimiento, y de éxito positivo a la actividad a realizar durante el coloquio; y otras que se vinculan con el significado original o etimológico de la palabra.
El Instituto J. Maritain a lo largo de casi dos décadas ha tenido a la persona como centro de su actividad y por eso es que este año el tema general del Coloquio se titula “La Persona en el escenario cultural actual. Resonancias interdisciplinares.”
Con este tópico se pretende que en estos días abordemos a la persona no como una abstracción sino como el ser humano que vive y existe inmerso en un escenario cultural al que hay que observar con amplitud, sin juicios previos asentados en creencias económicas, sociales, políticas, religiosas, o de otro tipo, que a la postre pueden derivar en visiones sesgadas que fragmentan el tejido comunicacional en el que se asienta la sociedad.
El escenario cultural actual ha instalado una serie de relatos y discursos a los que es necesario abordar sin dogmatismos que obturen el dialogo y evitar que sea la fuerza de las multitudes callejeras las que dirimen su vigencia.
El desafío es abrir espacios para el diálogo a partir de la diferencia y no del pensamiento único.
En Humanismo Integral J. Maritain, en el capítulo en el que desarrolla el pluralismo, sostiene que la persona es el centro de la organización y el desarrollo de la sociedad. Que ante la diversidad de personas no se puede pretender la univocidad sino la multiplicidad de voces cuya armonía se encuentra en el desarrollo de la amistad cívica.
Agrega que es necesaria la tolerancia dogmática, que importa respetar la libertad en el error, y la tolerancia cívica, esto es la libertad de conciencia.
Pone de resalto que no es posible pensar en una sociedad democrática sin voces diferentes. El pluralismo que propugna J.M., como la interdisciplinariedad, son paradigmas muchas veces proclamados y pocas veces asumidos o de difícil efectividad, porque ambos exigen que escuchemos a todos.
El pluralismo y la interdisciplinariedad configuran procesos que no se logran amontonando las distintas voces, es necesario un esfuerzo para escuchar las distintas creencias o formulaciones de los involucrados
Escuchar no significa aceptar sino no excluir y esto se consigue cuando se utiliza a la diferencia no como brecha sino como un espacio de comprensión o de resocialización.
Hay momentos en los que la energía que mueve las ideas no son la razón, la prudencia, la ponderación, sino circunstancias emocionales y viscerales que hacen que el fenómeno social vuelva al punto de partida ancestral: la venganza, la ley del talión, diente por diente, ojo por ojo, con la crueldad consiguiente y sin reparar que el principio de la dignidad humana encuentra su sustento en el amor cívico, que es consecuencia de la vocación relacional del ser humano, y no en la violencia de las bestias.
Pienso en la necesidad de volver sobre el sí de cada uno indagando que solo es posible el ego a partir del alter ego, el yo a partir del otro yo. El otro no tanto como soporte de la intersubjetividad, porque esta siempre genera un umbral que separa, sino como un otro sí mismo en el que las subjetividades se diluyen, logrando la gratuidad de la amistad y así ir configurando el horizonte de la fraternidad.
Diversas circunstancias han hecho que la narración y el relato se hayan encimado a la argumentación y el análisis en el ámbito de las ciencias sociales, generando un ámbito lábil, liquido o débil de observación que a su vez provoca o insta a teorizar más o exageradamente, y también a “universalizar” y “homogeneizar” estándares conceptuales, despegándose de las biografías personales, únicas, intransferibles, dejando atrás o desvinculando el dolor y el sufrimiento.
Este exceso en la teorización cuando se olvida del sufrimiento impide que la tarea intelectual y reflexiva se nutra éticamente.
La inmediatez o la urgencia en la búsqueda de soluciones muchas veces alejan el análisis y la argumentación y se materializan relatos o narraciones.
Alrededor del ser humano, en el escenario cultural actual, se han consolidado relatos que no se pueden ignorar, uno de ellos es el género, ubicado como una categoría social que participa más del relato y que de la argumentación, pero su instalación hace que ella sea parte de una realidad frente a la cual no podemos hacer oídos sordos, es decir tenemos que escuchar y caminar con ánimo fraternal la diferencia aportando la visión mariteniana de la tolerancia.
De esa manera o por ese camino los buenos augurios no serán meras adivinanzas sino argumentaciones que, como sostiene J.M., no impongan, sino que propalen los valores del cristianismo.