1. Una encuesta de Gallup, publicada en el diario Clarín del 1 de septiembre de este año  refleja la actitud de los jóvenes hacia la política: el 74% de ellos, entre los 18 y 24 años se mostró poco o nada interesado en la política, apenas el 15% se expresó satisfecho con la situación actual. En contraste, 8 de cada 10 se identificaron con el concepto de ayudar a quien lo necesite.[1]Política y solidaridad parecen contraponerse en la vida de los jóvenes. Lograr que sean caras de una misma moneda es un desafío para gobernantes y partidos, iglesias y confesiones religiosas, familias y centros educativos.
  2. En 1983 la Argentina retornó a la democracia. El Dr. Raúl Alfonsín cerraba sus discursos con palabras que enfervorizaban a sus oyentes: “afianzar la justicia, promover el bienestar general, proveer a la defensa común, asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”. Era el Preámbulo de la Constitución al que se aclamaba por quienes sin distinción de edades descubrían que estaba allí el gran programa de la democracia reencontrada. En uno de sus más mejores documentos, quizás no superado al día de hoy, “Iglesia y Comunidad Nacional”,[2]los obispos argentinos hablaron de la democracia (que hasta entonces tenía poca o nula cabida en el magisterio eclesial latinoamericano) como un eco del Evangelio. Hasta quienes en décadas anteriores habían tildado a la democracia constitucional como una estrategia liberal burguesa, tras dolorosa experiencia en carne propia y ajena, reconocían  que en la existencia o no de la democracia estaba lisa y llanamente la diferencia entre la vida y la muerte. Parecía cobrar actualidad  la solemne frase de la Corte Suprema en el caso Sojo, 1887,  “el «palladium» de la libertad es la Constitución, esa es el arca sagrada de todas las libertades, de todas las garantías individuales cuya conservación inviolable, cuya guarda severamente escrupulosa debe ser el objeto primordial de las leyes, la condición esencial de los fallos de la justicia federal”.[3]

Ha pasado un cuarto de siglo de ese año bisagra en nuestra Historia. Pero la sociedad ha sido ganada por el escepticismo, la apatía y el cansancio. No es una particularidad argentina la desconfianza hacia la clase política ni lo son los intentos de paliarla, con variada fortuna, con candidaturas provenientes del espectáculo, el deporte, el sindicalismo, la empresa y hasta del clero. Los partidos políticos tradicionales atraviesan graves crisis que los pone al borde de la desaparición, vemos la emigración de dirigentes de una fuerza política a otra con cortoplacismo y oportunismo, más pendientes de las encuestas de imagen que del bien común. Una reforma electoral está pendiente y es grave que los comicios se sucedan sin que oficialismo y oposición la asuman como imprescindible. Las experiencias de nuevos dirigentes y fuerzas políticas no ha corrido mejor suerte: se dilapidan oportunidades electorales, se  atomizan los grupos, seducidos sus referentes por el poder de turno, y ni siquiera algunos que llegaban con fama de “puros” han sido preservados de episodios de corrupción.

Benedicto XVI, en su primera encíclica, “Deus caritas est” (“Dios es amor”)  cita a San Agustín: “un Estado que no se rigiera según la justicia se reduciría a una gran banda de ladrones”.[4] El Documento de Aparecida, a su vez, nos hace ver que el problema de la corrupción excede ampliamente nuestra realidad argentina: “Pensemos cuán necesaria es la integridad moral en los políticos. Muchos de los países latinoamericanos y caribeños, pero también en otros continentes, viven en la miseria por problemas endémicos de corrupción. Cuánta disciplina de integridad moral necesitamos, entendiendo por ella, en el sentido cristiano, el autodominio para hacer el bien, para ser servidor de la verdad y del desarrollo de nuestras tareas sin dejarnos corromper por favores, intereses y ventajas. Se necesita mucha fuerza y mucha perseverancia para conservar la honestidad que debe surgir de una nueva educación que rompa el círculo vicioso de la corrupción imperante. Realmente necesitamos mucho esfuerzo para avanzar en la creación de una verdadera riqueza moral que nos permita prever nuestro propio futuro” [5].

La Argentina padece de anomia. La Constitución, “la Nación Argentina hecha ley”, al decir de sus autores, ha sido recurrentemente atropellada, se difunde la idea de que “hecha la ley, hecha la trampa” y que no hay nada moralmente reprochable en eludirla, versiones diversas de la clásica “viveza criolla” . De nuestros antepasados españoles heredamos aquello que se decía ante determinadas órdenes reales: “Se obedece pero no se cumple”. Consiguientemente, faltan reglas de juego transparentes e igualitarias, falta “ciudadanía fiscal”.

Fray Mamerto Esquiú, el orador de la Constitución, luego obispo de Córdoba, exhortaba:  “sin sumisión no hay ley; sin leyes no hay patria, no hay verdadera libertad; existen solo pasiones, desorden, anarquía, disolución, guerra y males de que Dios libre eternamente a la República Argentina”.[6] ….. Tal sigue siendo hoy la requisitoria.

Esta sumisión al gobierno de las leyes y no de los hombres, implica superar la desafección por  las instituciones y el desinterés por el bien común, que un fallo de nuestra Corte, con el indudable sello del paso por ella de Juan B. Terán, identificaba con el bienestar general de nuestro Preámbulo.

¿Es tan negativo el panorama? La descripción sería incompleta e injusta si omitiera el compromiso de políticos jóvenes, de partidos locales o vecinales, los intentos de renovación de los partidos tradicionales y la independencia en el comportamiento electoral en algunos distritos. En julio de este año, una importante porción de la ciudadanía, siguiendo la sesión del Senado de la Nación por televisión, fue testigo de que el Poder Legislativo reivindicaba sus fueros y que en él hay figuras, de todos los colores, capaces y comprometidos. ¡ Qué bueno si esta sensación republicana fuera susceptible de multiplicarse en el año a todos los niveles de nuestra vida política!

Ciertamente abundan funcionarios y jueces probos y dedicados, políticos, empresarios, sindicalistas, estudiosos y estudiantes, comprometidos en transformar la sociedad en que viven, a los que hay que alentar para que no sucumban al “cansancio de los buenos” que decía Juan XXIII, o al “cansancio moral” con que Alfredo Orgaz se retiró del más alto Tribunal.

  1. Con tan traumáticas experiencias no es de extrañar que la juventud sienta que la política le es ajena. Vuelvo a Benedicto XVI: “El orden justo de la sociedad y el Estado es una tarea central de la política”.[7]En una palabra, dejar la política librada a su suerte es renunciar a establecer ese orden social justo.

Ciertamente, se ha contrapuesto en más de una ocasión la política, objeto de todas las críticas, y la sociedad civil, donde radicarían las reservas del país. Es una disyuntiva falsa y peligrosa. De lo que se trata no es de contraponer sino de interrelacionar, mostrando su necesaria vinculación.

Si la actividad benéfica y de promoción social existía en el país desde sus primeros tiempos, las crisis recientes provocaron una renovada toma de conciencia, reflejado en el surgimiento de formas asociativas, superando el individualismo que tan a menudo nos caracteriza. Desde el año 2000 podemos decir que se ha producido una “revolución de la solidaridad”.

A toda escala, los argentinos hicimos el descubrimiento de lo que Tocqueville definía como un elemento clave de los Estados Unidos, lo valioso y multiplicador de asociarse en pos de objetivos comunes. Es así que surgieron redes, centros de jubilados, cooperadoras, sociedades de fomento, incluso en los sectores más carecientes, como una de las dimensiones necesarias de la participación ciudadana.

Han adquirido creciente importancia las fundaciones y las áreas de responsabilidad empresaria, decididas a una inserción en la vida de la sociedad más allá del mercado, así como las fundaciones donantes e independientes, empeñadas todas ellas en la “inversión social estratégica”, entendida como el uso responsable, proactivo y estratégico de recursos privados cuyo retorno esperado es el bienestar de la comunidad y su desarrollo en el largo plazo.

En tal sentido quisiera señalar al Grupo de Fundaciones y Empresas, nacida en 1995  como Grupo de Fundaciones, por la decisiva acción de, entre otras, las Fundaciones Navarro Viola y Arcor, bien conocida en esta provincia. En la actualidad, 23 instituciones integran el Grupo que tiene por misión “promover y movilizar recursos en forma estratégica y eficiente en pos del bien público en la Argentina”.[8]

El “clientelismo” ha estado desde siempre ligado a la vida política y social, pero en una sociedad de masas con graves problemas de desocupación, sus efectos negativos se multiplican. La ayuda social corre el peligro de no llegar o de desviarse hacia los ”amigos” e impide que arraigue una verdadera “cultura del trabajo”.

De cualquier forma, si en otros momentos el Estado aspiró a centralizar toda la ayuda social, hoy en día no puede hacerlo y necesita la cooperación de la sociedad civil. Más aún, ésta le ofrece  posibilidades de capacitar a agentes educativos y sanitarios y alcanzar lugares que de otra forma carecerían de lo más elemental.

Es que la situación social del país sigue exhibiendo pobreza y exclusión. El Observatorio de la Deuda Social Argentina , señala, en su informe del período 2004-2007 que la disminución de la pobreza respecto a años anteriores aún está lejos de ser satisfactoria.[9]

En efecto, baste mencionar la cifra aterradora de 1.000.000 de niños indocumentados, literalmente inexistentes para el Estado. O las fallas en la calidad de la enseñanza, o la brecha digital cada vez mayor entre quienes en su educación tienen acceso a los medios modernos de información y quienes no. O los índices de deserción escolar, de maltrato y abuso de niños, de desnutrición. La deuda social entendida como “una violación al derecho de desarrollar una vida plena, activa y digna en un contexto de libertad, igualdad de oportunidades y progreso social” requiere el compromiso de la sociedad entera.

La  “revolución de la solidaridad” hace que muchos jóvenes se movilicen ante la necesidad de los otros, con sensibilidad ante la injusticia y el sufrimiento. Imagen por cierto muy distinta al estereotipo del joven aislado en su música, en el sexo, el alcohol o la droga, que también lo hay. Se han multiplicado grupos que van a lugares marginados, tal el caso de los alumnos del colegio Ecos, de Buenos Aires, muertos en un accidente vial en 2004 cuando retornaban del trabajo solidario en una escuelita del Chaco.[10] Y a ejemplo de los jóvenes, muchas otras personas responden dando su tiempo y su experiencia a los voluntariados de los hospitales, al acompañamiento de los adultos mayores, a recorrer las calles de las grandes ciudades a la noche llevando alimento y abrigo a la gente de la calle o dando albergue a quienes llegan a los últimos momentos de la vida como hace la Fundación Manos Abiertas con la Casa de la Bondad en esta misma ciudad. .

La confluencia de política y solidaridad permitirán construir un orden social justo. Por ello, el Documento de Aparecida propone: “Apoyar la participación de la sociedad civil para la reorientación y consiguiente rehabilitación ética de la política. Por ello, son muy importantes los espacios de participación de la sociedad civil para la vigencia de la democracia, una verdadera economía solidaria y un desarrollo integral, solidario y sustentable”[11].

La interrelación entre vocación política y compromiso solidario debiera partir de la familia, “formadora de personas, educadora en la fe, promotora del desarrollo”.[12] La transmisión de valores, la preocupación por la vida de la “polis”, el respeto y la tolerancia practicados día a día, la apertura a la familia grande, a los amigos, a la participación en la escuela, son inmejorables formadores, en especial si los padres, así como los docentes y los pastores en lo suyo,, saben ser más testigos con la vida que maestros con la palabra. Pero, ya lo sabemos, la familia también sufre en su estabilidad e identidad, y eso le impide cumplir tantas veces esa primera e irreemplazable función social.

  1. En 2010 celebraremos, con menos triunfalismo que en el primer centenario, los doscientos años de Mayo. La voluntad de participación política comienza por  “querer saber de qué se trata”, con la convicción de que los gobernantes son responsables ante la ciudadanía. Sigue con la formación, a los distintos niveles, a partir de esa herramienta clave en el mundo globalizado, la información. E incluye respeto por las instituciones y amor por nuestro país, un amor que sabe admirar y sabe exigir. Al mismo tiempo, vivimos lo que Maritain llamaba mundialización y que hoy decimos, globalización. La paz, la justicia, el respeto de lo creado, tienen esa dimensión, la tiene el respeto de los derechos humanos, porque no estamos instalados en espléndido aislamiento sino que cada vez más la realidad es una y golpea tarde o temprano. “Una globalización sin solidaridad afecta negativamente a los sectores más pobres. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y opresión, sino de algo nuevo: la exclusión social. Con ella queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está abajo, en la periferia o sin poder, sino que se está afuera. Los excluidos no son solamente “explotados” sino “sobrantes” y “desechables”.[13]

Necesitamos entrenarnos en la “sabiduría del diálogo”, para que en la política haya, y cito a Ricardo Balbín ante los restos mortales de Juan Perón, adversarios, no enemigos. Entre los contenidos de la Carta Democrática, Jacques Maritain proponía ““Amistad cívica e ideal de fraternidad”[14]; valores que se han deteriorado en tiempos recientes en la Argentina a medida que aparecen la crispación y la confrontación.

Juan Pablo II, dirigiéndose a parlamentarios europeos una década atrás les decía: “Como hicieron en la antigüedad Sófocles y Cicerón, el filósofo contemporáneo Jacques Maritain recuerda que «el bien común de las personas humanas » consiste en «la vida buena de la multitud» (Les droits de l’homme et la loi naturelle, p. 20). El punto de partida de esta filosofía es la persona humana, que «tiene una dignidad absoluta, puesto que está en relación directa con lo absoluto» (ib., p. 16). Ya se sabe que algunas personas querrían justificar, en nuestros días, la obra del político que, «en su actividad, debería distinguir netamente entre el ámbito de la conciencia privada y el del comportamiento público » (Evangelium vitae, 69). Pero, en realidad, el valor de este último, particularmente en el marco de la vida democrática, «se mantiene o cae con los valores que encarna y promueve: fundamentales e imprescindibles son, ciertamente, la dignidad de cada persona humana, el respeto de sus derechos inviolables e inalienables, así como considerar el .bien común como fin y criterio regulador de la vida política» (ib., 70).[15]

¿No es ésta la mejor invitación para que los jóvenes asuman, como la más alta forma de caridad social, junto con  la solidaridad, el compromiso político?

  1. Por ultimo, quisiera compartir, concluyendo, la imagen de un encuentro en Buenos Aires en 1936. El de Jacques Maritain y del hoy canonizado, don Luigi Orione. En las páginas de Criterio del año 2000, Flavio Peloso refiere que Don Orione, tan necesaria consideraba la venida de Maritain a la Argentina que hasta contribuyó a la financiación del viaje. “Entre una conferencia y otra, cuenta Peloso, Tomás Casares acompañó varias veces a Maritain, sólo o con Raïssa, a visitar a Don Orione en la casa de la calle Carlos Pellegrini 1441, en el centro de la ciudad… En una oportunidad, después de haber compartido un café, estaban atravesando un patio interno para ir a la  capilla  cuando de pronto se encontraron con una distinguida señora. Don Orione, que se dio cuenta de que estaba confundiendo al filósofo con un nuevo huésped del “Pequeño Cottolengo”, le dijo rápidamente: “No, no…Es Jacques Maritain, un gran filósofo”.[16]Imagino a estos dos grandes de la Iglesia del siglo XX, estos dos grandes humanistas, intercambiando sus ideas sobre la sociedad política el uno, sobre los pobres y necesitados el otro. Ese diálogo tan enternecedor como imprescindible espera ser retomado con la misma pasión en los nuevos aerópagos de nuestro mundo globalizado y de nuestra Nación en los albores del Bicentenario.

* Ponencia presentada en el panel “Persona y política” del Tercer Encuentro Nacional del Instituto Argentino “Jacques Maritain” sobre “La persona humana”, Universidad Nacional de Córdoba, 4.10.2008.

** Profesor de Derecho Constitucional en la Pontificia Universidad Católica Argentina. Miembro de la Asociación Argentina de Derecho Constitucional.

[1] CLARÍN, 1.9.08: “Tendencias: Resultados de una encuesta nacional a personas de 10 a 24 años. Los chicos y jóvenes no creen en la política pero son solidarios”, por Georgina Elustondo. La encuesta fue realizada por Consultora TNS Gallup y la Universidad de Palermo. http://www.clarin.com/diario/2008/09/01/sociedad/s-01750514.htm

[2] Documento de la Conferencia Episcopal Argentina: Iglesia y comunidad nacional, 1981. www.cea.org.ar

[3] “Sojo, Eduardo c/ Cámara de Diputados”, 22.9.1887. Fallos

[4] Benedicto XVI, Carta Encíclica “Deus caritas est”, nº  28 a). Ver: Padilla, Norberto. Apuntes sobre la encíclica del amor, El Derecho, Sección Derecho Constitucional, 17.2.2006, nº 11.452.

[5] V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano: Documento de Aparecida, nº 507.

[6] Esquiú, Fr. Mamerto,  Sermón en la Iglesia Matriz de Catamarca, 9.7.1853. Sermones Patrióticos, Clásicos Argentinos, ed. Estrada, 1957.

[7] Benedicto XVI, Carta Encíclica “Deus caritas est”, nº  28 a).

[8] www.gdfe.org.ar

[9] Barómetro de la Deuda Social Argentina, nº 4, Año 2008.  Observatorio de la Deuda Social Argentina. Departamento de Investigación Institucional, Pontificia Universidad Católica Argentina.

[10] http://www.clarin.com/diario/2006/12/08/sociedad/s-04204.htm

[11]V Conferencia del Episcopado Latinoamericano. Documento de Aparecida. (nº 406, a)

[12] II Conferencia General del episcopado Latinoamericano, Documentos Finales de Medellín  Familia. 2.4.

[13] V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Documento de Aparecida, nº  65.

[14] Gentile, Jorge Horacio, LA DEMOCRACIA EN JACQUES MARITAIN, http://www.profesorgentile.com.ar/publi/maritain.html

[15] DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II A LOS PARTICIPANTES EN EL II ENCUENTRO DE POLÍTICOS Y LEGISLADORES DE EUROPA, 23 de octubre de 1998.

[16] Peloso, Flavio. Don Orione, Jacques Maritain y la Iglesia Argentina en los años treinta. CRITERIO (2256), 228, año 2000.

 

Artículo de  Norberto Padilla