Todo problema se da en un contexto. Y el tema de las adicciones (y su penalización o despenalización) se da en un contexto complejo, que tiene indudablemente numerosos abordajes.
Mi mirada estará, sin dudas, sesgada por mi historia y mi formación. Hablo desde la filosofía y la teología, con experiencia en instituciones educativas, de nivel medio y superior; desde el contacto con jóvenes de diversos sectores sociales, desde una institución que intenta servir a la fe promoviendo la justicia, desde la docencia, la investigación y la proyección social del conocimiento.
Entonces, primero, unas palabras sobre el contexto:
¿ Exclusión u opresión?
Hay palabras que siendo fundamentales desaparecen del lenguaje y no por casualidad sino intencionadamente. Esto tiene que ver con la trivialización del lenguaje, pero también con la intención de sectores importantes de encubrir la realidad y generar realidades ficticias anestesiantes y distractivas. Algo de esto ocurre con la palabra “Opresión” que viene siempre acompañada de su prima hermana, la esclavitud (término absolutamente incorrecto políticamente si se quiere aplicar a occidente, no así si se aplica al África o al mundo islámico; como si en occidente no hubiese opresión y esclavitud).
En el mundo de hoy se excluyen del lenguaje palabras claves para impedir que la gente capte la realidad de injusticia estructural en que vivimos, su significado y sus causas. Se trata de un verdadero “robo”. De un secuestro del lenguaje.
Se tolera más otro tipo de palabras que parecen más “políticamente correctas”: se habla de “menos favorecidos”, “desfavorecidos”. Pero la pregunta para mí es: ¿Hay opresión en argentina? ¿Hay seres humanos oprimidos, hay jóvenes oprimidos? No tengo dudas de que sí los hay.
A esta miseria a la que se ha marginado a mucha gente hoy –en particular a adolescentes y jóvenes- y que tenemos desde hace mucho, hay que seguir llamándola opresión, por mucho que debamos precisar sus formas y causas en la actualidad. Y desde esa opresión hay que comprender el problema de las adicciones, no solo en sectores sociales más desfavorecidos (en el que el problema es gravísimo) sino también en otros sectores sociales más acomodados, en los que el sinsentido arrasa todo.
Ahora se habla de “exclusión”, término que parece fonéticamente menos “malo” que oprimidos y esclavos; aunque si se lo piensa a fondo, exclusión es algo todavía más inhumano. Significa no sólo oprimir y esclavizar, sino privar, de antemano, de existencia, declarar irreales e inexistentes a miles y millones de seres humanos. Excluidos, sin nombre, miles de jóvenes. El excluido es alguien al que se le ha privado de la palabra. No es extraño que la etimología de la palabra “adicto” signifique lo mismo (a dictum: el que no puede hablar).
Hablemos de “exclusión”, de opresión, de crueldad, de esclavitud, el tema es que hay gran cantidad de argentinos – en particular jóvenes- que siguen siendo oprimidos en sus posibilidades de vida, de desarrollo, de progreso, de inclusión, y eso tiene estrecha relación con el problema que estamos abordando.
Educación y justicia
En ese contexto se sitúan los centros educativos, que participan de un sistema que está destituido. Un autor francés dice que la escuela se ha convertido en un “galpón destituido”.
Y junto con el sistema educativo está la familia, que se encuentra jaqueada por el contexto. La escuela y la Familia: los lugares en los que a uno se le da la palabra, donde se habilita para la palabra.
Durante décadas los argentinos nos ufanábamos de la posibilidad de ascenso social a través de la educación. Hoy no es así. Hay escuelas para ricos y escuelas para pobres. Pobres que no podrán acceder a la universidad, aunque logren finalizar con éxito su ciclo de especialización. Se dan los “countries” del conocimiento, al lado de las cada vez más grandes villas miserias de la ignorancia.
Sistema educativo, inclusión y cultura de trabajo
Muchos chicos y jóvenes viven en las calles, y sufren de la intemperie y el desamparo, muchas veces atrapados por la droga y las recaídas en la cárcel.[1]
Escuchemos a algunos de ellos:
“Me iba bien en el cole, por ahí había días en que me quedaba en mi casa … porque hacía falta plata, necesidades de la familia. Y ahí me las rebusqué y empecé a trabajar por mi cuenta, dejé el colegio un tiempo, después lo volvía a agarrar, lo volvía a dejar.”
Otro dice: “Si, yo gracias a Dios soy muy pícaro en todo…de diez me iba (en la escuela) tenía diez, diez, era cuestión de ponerle pilas, si yo tengo bochito, pero bueno…la droga y la cárcel”.
Otro dice: “Si sos malo o te va mal, no te dan bola las maestras, porque es la verdad ¿o no? Te ignoran. Ah…dejalo al loco ese que no quiere aprender, no te preguntan qué te pasa.”
Hasta aquí una breve descripción del contexto en el que se sitúa el problema. Lo que nos habla de que el problema de la droga es un problema que se da en un contexto de opresión, exclusión, mal ejemplo de la sociedad y destitución de la escuela. Por lo tanto afrontar de verdad el problema implica un replanteo de estas realidades, a nivel social, y a nivel de políticas educativas. Inclusión social, cultura del trabajo y educación, van de la mano.
Pensar, en este contexto descrito, que despenalizar el consumo de drogas para el consumo personal es una solución es –a mi juicio-, cuando menos, una simplificación poco responsable.
Despenalización o demagogia
Las declaraciones del ministro de justicia de la nación en un foro internacional, hace varias semanas, han reavivado un tema que cada tanto aparece en la escena: la despenalización de la tenencia de drogas para consumo personal. Sus declaraciones desataron la polémica sobre un tema que es sumamente sensible y complejo; y sobre el que fácilmente se cae en polarizaciones y posturas descalificatorias.
A primera vista da la impresión, por las declaraciones del ministro (y otros funcionarios y especialistas), de que se quisiera desvincular la tenencia y consumo personal, del negocio del narcotráfico, la venta y todos los daños que esto trae consigo. Se contrapone –livianamente a mi juicio-, consumo y narcotráfico. Se afirma que hay que perseguir a los narcotraficantes y a los que forman esta red de muerte y que por lo tanto no hay que cargar las tintas sobre las víctimas de la droga: los consumidores.
Pareciera, según este razonamiento, que despenalizando el consumo se estuviera haciendo algo bueno, porque se alivia –desde una óptica- la presión sobre el que es, sin dudas, una víctima. Pero no queda claro qué se va a hacer con los que trafican, los que hacen la vista gorda para que eso ocurra, los funcionarios corruptos, los jueces que no actúan y todo lo que sospechamos de este oscuro camino del negocio de la droga. Se despenalizaría a los consumidores, pero eso no significa que se haga algo efectivo y eficaz contra los narcotraficantes. Tampoco se ve cómo se va a lograr más inclusión social de los consumidores en un contexto de aumento de la pobreza y la indigencia.
La contraposición, como se ve, es ficticia. Además, el consumo, por más que es, también, un tema de salud pública, no es inocente. Muchos de los casos de violencia, inseguridad y muerte están relacionados con la droga. Por lo tanto las víctimas de la droga, no pocas veces son victimarios. Con lo cual el tema adquiere una complejidad mayor.
Penalización vs contención
Se contrapone, también, penalización y contención. Se dice que al que consume hay que contenerlo en vez sancionarlo. ¿Es así? Otra dicotomía, a mi juicio, falsa: porque las penas por tenencia no implican necesariamente la privación de la libertad. Hay otro tipo de alternativas, que además no obstan que se oriente a la persona hacia algún tipo de tratamiento en vistas a su rehabilitación.
Por otra parte, la función de “contención” le compete principalmente a la familia y a otro tipo de instituciones intermedias (instituciones que deben ser fortalecidas, como se ha dicho). Al Estado le compete velar por el cumplimiento de la ley. Con eso ya haría un gran bien a los ciudadanos.
Pero de todos modos, creo que la pretendida antinomia entre penalización y despenalización, es una distracción, porque el problema de fondo es otro (ya se ha dicho también), tiene raíces hondas, y no se resuelve despenalizando el consumo.
Preguntas de fondo
Una pregunta de fondo es: ¿la droga es un mal o no? Si es un elemento que daña a la sociedad ¿se lo debe permitir o no? Al fin y al cabo: ¿para qué está la ley: para consagrar situaciones de hecho o para ayudar a la población a obrar correctamente?
Las consecuencias del consumo, como hemos dicho, no son siempre pacíficas. Más allá del daño que provoca en el individuo que consume –que no es menor-, hay también consecuencias sociales: conductas de riesgo, violencia, muerte. Esto es ciertamente parte –tal vez el último eslabón- de la compleja cadena de corrupción que genera el negocio multimillonario de la droga.
Penalizar la corrupción
Ahora bien, es claro que hay que perseguir a los que trafican y a los que detrás del poder lucran con la muerte, ya que este negocio no puede prosperar de la manera que lo hace sin una larga y muy oscura cadena de silencios, complicidades y corrupción.
Pero ciertamente penan los de siempre: los que quedan atrapados por la red: sin contención, sin escuelas, sin oportunidades. También jóvenes y adultos de otras clases sociales (que tienen, a veces, poder adquisitivo muy sobrado) que a su vez son víctimas de un gran vacío de sentido.
Preguntas a la sociedad en su conjunto
Sin embargo, las causas están –creo- más atrás aún: ¿qué oportunidades le ofrecemos como sociedad al que está “jugado” y –“paco” de por medio- sale a “meter caño” a matar o morir? ¿qué realidad hemos construido que genera tanta angustia y tanta compulsión por huir? Las drogas (las permitidas, como el alcohol, también) son una huida Nadie huye de una realidad agradable. Por lo general se huye de la desvalorización, de la discriminación, de la miseria, de la falta de oportunidades. También se huye de un futuro, o de un presente, que se percibe sin sentido, aunque se tengan recursos materiales suficientes.
A las instituciones educativas –también a la Universidad- nos toca la pregunta: en nuestras aulas y laboratorios ¿qué realidad estamos ayudando a pensar, a construir y a transformar? ¿Una realidad que valga la pena para todos o una realidad que da pena? ¿Hacemos ciencia para transformar personas y estructuras o nos limitamos a estudiar los problemas y sus causas sin arriesgar conclusiones que puedan generar realidades más espaciosas, donde haya lugar para otros, donde sea posible la integración social y la destrucción de prejuicios?.
Inclusión y educación
El sistema educativo es parte de la solución; por eso debe generar capacidades de aprender, no sólo conocimiento sino competencias. Pero primero hay que generar condiciones de educabilidad. Eso implica un fortalecimiento de la escuela –instituirla nuevamente-. Posibilitar el acceso y la permanencia, sin por eso favorecer una educación de segunda (o de tercera). Es necesario entonces también, fortalecer el rol del docente, su formación permanente, su valoración salarial; su autoridad, una palabra que suena mal, pero que es muy necesaria, dado que el proceso educativo en la escuela, no es un proceso simétrico. Si el maestro debe luchar para hacerse con el poder en el aula, no podrá educar, no podrá enseñar. El maestro está allí porque sabe algo más que el alumno. Decir otra cosa es participar de un discurso demagógico que ha hecho mucho daño a la escuela.
Valorar la educación y el trabajo
Otro elemento importante es generar una cultura del trabajo. Para poder generar una cultura del trabajo hay que valorizar el trabajo y hay que señalar claramente que el trabajo es un valor. Algo que no está tan claro. No debemos perder de vista que –además de la familia- no es sólo la escuela o la universidad la que educa. La sociedad es la que educa señalando modelos deseables, premiando y castigando.
¿Quiénes son hoy los verdaderos modelos?
Los verdaderos pedagogos son los que consagran los medios masivos de comunicación, los deportistas, actores y actrices, estrellas del espectáculo, políticos…
Es inútil pretender, entonces, que la escuela ejerza un liderazgo moral sobre los niños y jóvenes si ese liderazgo es constantemente desautorizado por la misma sociedad que envía a sus hijos a la escuela.
Dice Guillermo Jaim Echeverri: “Nuestra sociedad honra la ambición descontrolada, recompensa la codicia, celebra el materialismo, tolera la corrupción, cultiva la banalidad y lo frívolo, desprecia el intelecto y lo arduo por considerarlo “aburrido”, adora el poder adquisitivo y pretende luego dirigirse a los jóvenes para convencerlos, con la palabra, de la fuerza del conocimiento, de las bondades de la cultura, de la supremacía del espíritu”[2].
Los chicos y jóvenes comprenden el juego inmediatamente y entran en él. ¿Cómo van a leer si los adultos no leen? ¿cómo van a valorar el estudio y el esfuerzo si lo que se canoniza por todas partes es el golpe de suerte, los quince minutos de fama?
Mientras tenga más raiting bailar por un sueño que estudiar o trabajar por un sueño, estamos en problemas.
Entonces al hablar de educación no deberíamos perder de vista que es la sociedad la que educa. Que los centros educativos tienen finalidades específicas, son lugares intensivos, centros de formación, pero que no existen en un espacio aséptico, son centros cada vez más permeables y cada vez más vulnerables a las presiones del medio.
Escuela y vida
El proceso educativo se da encarnado. Se educa en contexto, desde un contexto, para ayudar a transformar el contexto. La educación debe ayudar a hacer justicia, una sociedad donde haya lugar para todos. Es -bien dice Julliard- la vida la que debe abrirse a los valores de la escuela. Y es la escuela la que debe saber estar abierta a las necesidades de la sociedad. El conocimiento tiene una carga social, es para ser compartido, debe ser compartido para mejorar la calidad de vida de una sociedad, en especial de los más desfavorecidos, los oprimidos, los excluidos.
Algunas preguntas para la universidad
En este marco, entonces, es honesto plantearse también, algunas preguntas claves: La Universidad, ¿produce pensamiento para transformar esta realidad o repite pensamiento fosilizado para mantener el orden establecido? ¿ayuda a generar cultura del trabajo? ¿Produce agentes de liberación? ¿Educa en la creatividad solidaria, o se dedica a entrenar sobrevivientes en la selva del mercado? ¿Colabora en crear una sociedad más justa, más inclusiva, más vivible?
Retomando
Entonces, volviendo al comienzo: el problema es complejo y en un contexto tan deteriorado, hay varias asignaturas pendientes muy serias: inclusión, fomentar una cultura del trabajo, reinstituir la escuela, reorientar a la universidad para que responda a los problemas acuciantes de la exclusión, fortalecer la autoridad de la familia…
Por lo tanto el estado, que debe hacer cumplir la ley, no debería dar señales ambiguas. Sin educación, sin mecanismos de integración social efectivos, sin derrumbar los prejuicios clasistas (y a veces racistas), será difícil atacar a las raíces del consumo.
Por otra parte, sin afrontar decididamente el negocio de la droga –un negocio para el que la pobreza es una condición fundamental- sólo nos quedaremos a mitad de camino. Y, peor aún, dejamos de lado la parte más importante.
Pero claro; adentrarse en este camino significa, entre otras cosas, instituciones que enseñemos a cumplir la ley y a pensar leyes que miren al bien de todos; también implica funcionarios que sean capaces de ir hasta las últimas consecuencias en busca de la verdad y la justicia poniendo incluso en riesgo sus vidas (porque los mercaderes de la muerte saben bien cómo amedrentar a los que amenazan su negocio). Y esto – ya se sabe- es un tema mayor. ¿Habrá quiénes quieran afrontar el riesgo en pos de una sociedad mejor?
De lo contrario seguirán penando los de siempre: los atrapados por la droga (en muchísimos casos, pobres y sin horizontes), las víctimas de la violencia, los ciudadanos comunes que miran sin entender toda esta clase de debates, que a veces son pura distracción, fuera de todo sentido común y con mucha carga de politización.
Despenalizar no parece resolver nada, porque todos seguiremos penando hasta que no hayamos ido a fondo en la eliminación de las causas. Pero eso requiere determinación, inteligencia y valentía.
¿Será posible dejar de penar?
·Rector de la Universidad Católica de Córdoba.
[1] Diálogos tomados de TESSIO CONCA, Adriana y PISANO; María Magdalena; “Los Chicos de la calle hablan de la escuela”; ponencia presentada en el II Foro Educación y Psicología, 2007.
[2] JAIM ECHEVERRY Guillermo, La Tragedia Educativa, Fondo de Cultura Económica; Bs. As, 1999, p. 63.
Artículo de Rafael Velasco S.J.