Julio E. Plaza. Discurso final en Río Cuarto.

Ya se dijo en este foro todo lo necesario a nivel científico, filosófico y académico la persona, sus derechos y su significado  en relación a la cultura actual. Yo quería aprovechar estos últimos momentos para recordarles a Maritain, inspirador del instituto organizador, fue uno de los pensadores más luminosos del Siglo XX, y temprano precursor y protagonista en la elaboración de la doctrina, y en la formulación de los fundamentos de los derechos humanos, de la persona humana, como hizo en su obra “Persona humana y ley natural,” entre otras.  Y que, justamente en este año, se cumplen 72 años de la conocida y fundamental contribución de Maritain, en su discurso ante la UNESCO en 1947, en ciudad de México, decisiva para la inspiración, y la elaboración efectiva de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre.

 En 1966, en París, y también ante la Unesco, aportó una visión, profundizada, al proponer: “Algunas reflexiones sobre el rol de lo espiritual en relación con el progreso y la paz,” ampliando así la mirada, la perspectiva. Ahora, les ruego, no esperen un preciso y anotado ensayo académico, ni una alta disquisición teórica. Ya lo hicieron Uds. Apenas, intento, un recorrido con tropezones, tratando de acercarme a algunas verdades, demasiado grandes para mí.

La paz, concordia, y el progreso, en el interior y el exterior de las sociedades, son cosas, cuestiones del mundo, o sea del “orden temporal”. A su respecto, -dijo Maritain- que “lo espiritual puede proveer una inspiración, e iluminación, un coraje nuevo del cual los hombres, que siempre estamos más o menos tentados por la desesperanza, tienen (tenemos) singularmente necesidad, y formular advertencias, quizás graves, de las que tienen (tenemos) también necesidad”. Lo espiritual, puede ayudarlos a resolver los problemas del mundo y de ese “orden temporal”. Quienes no tenemos la inteligencia y el fino oído de Maritain, pero ya nos acercamos a la edad que tenía al hablar ese día, lo hemos aprendido a tropezones, a duros golpes de existencia.

Aprendimos que hay un compromiso, una misión temporal del cristiano, y esta es, la responsabilidad de transformar temporalmente el mundo, asumida conscientemente, en nuestra condición de intelectos despiertos y de agentes libres, capaces de miras universales y de comprender los problemas generales de nuestros conciudadanos, y sus dolores cotidianos, con el solo límite de someternos, siempre, a la verdad. Se trata de transformar -humanizar el mundo- pero, a sabiendas de que no seremos nunca, ni dueños ni poseedores de la naturaleza, ni de la historia.

Se le pide a todo hombre honesto y de buena voluntad, tal como en todas las miradas que Uds. nos mostraron, que intervenga en el destino del mundo, procurando adquirir ciertas destrezas, y algún poder sobre la naturaleza y la historia, por medio de la ciencia, y de la acción social y política, con el mayor y mejor esfuerzo que pueda, y con sacrificio de sus intereses y deseos propios, y a costa de los mil peligros, que son propios de las luchas y pasiones humanas. Debe saberse siempre servidor, promotor y subordinado a una obra que, al final, no es propia suya, cuyo fruto no es para él, ni está asegurado. Así debe servir, incondicionalmente, a la verdad, la libertad, la justicia, la paz, y la felicidad de la vida humana,  confiando en que ese progreso suceda y beneficie a la mayor cantidad de hombres posible; pero con la certeza de que esos ideales no serán jamás alcanzados por completo, y que ese progreso no puede tener un término, ni tendrá éxito asegurado.

Es cierto, por tanto, hay que hablar a los hombres, académicos, políticos, diplomáticos, estadistas, de las cosas que hay que hacer sin demora, con urgencia, bajo el riesgo de traicionar los fines de nuestra libertad y razón, e incluso de dejarla perecer por falta sentido. Pero hoy quisiera, perdón por el atrevimiento, hablar a los espíritus, directamente a  las almas, poner en cuestión el fondo misterioso de cada conciencia, confrontar a cada mujer y cada hombre –presente o ausente  de esta sala, o en cualquier sala de este mundo– e invitar a una renovación profunda de su modo de pensar, sentir y obrar, a una auténtica conversión  que surja desde lo más profundo de cada uno, desde más atrás y más profundo que su propio y particular yo, desde la chispa interior  y eterna que lo hace hombre, y lo interpela a no ceder, a no inclinarse ante nada, que no sea la verdad. Les aseguro, tendremos que volver a hablar de esta chispa.

El rol de lo espiritual ejerce toda su fuerza en la historia y sus efectos son  transportados en el flujo y las fluctuaciones del tiempo, sobre todo, y aún más cuando una inspiración es de gran potencia. La historia está en una dependencia radical en relación a lo que se desarrolla en el orden del espíritu.

Es un rol de inspiración, en el sentido más amplio de esa palabra.  Los descubrimientos tecnológicos, han jugado un gran papel en el desarrollo de la humanidad, pero los descubrimientos espirituales han jugado un rol más grande todavía. Es gracias a su impulso dinámico, gracias a la inspiración surgida de ellos, que la historia del hombre y de las civilizaciones ha franqueado sus etapas más características. Sabemos, por ejemplo, lo que el cristianismo ha sido para la civilización occidental, y los múltiples caminos que ella ha seguido, al final, para llegar a esta civilización moderna o postmoderna, que está en camino a convertirse en universal, y cuyo régimen tecnocrático reclama, para ser un régimen vivible, recuperar su inspiración evangélica.

He dicho que el rol de lo espiritual en vistas al desarrollo de la historia temporal es ante todo de inspiración. Pero, es también, esencialmente, un rol de educación del ser humano, de renovación cultural y, de movilización de las inteligencias y de los poderes del conocimiento. En efecto, la inspiración y el impulso espiritual, que actúan en las regiones superiores del alma, arrastran, requieren necesariamente, de un vasto trabajo de la razón natural del hombre, para reenfocar sus perspectivas y comprender cada día más a fondo las articulaciones de la realidad.

Es solamente con esta condición, que ellas pueden refundar nuestro régimen ordinario de pensamiento y, al final, nuestro comportamiento. A ese efecto, ninguna mística, ninguna fe, si bien son muy necesarias, son suficientes; sino que reclaman indispensablemente ser completadas por una teología y una filosofía; y porque el hombre es el hombre, y porque ninguna inspiración inspira, verdaderamente, al hombre, si ella no desciende –tal como lo han mostrado Uds. con cada una de sus intervenciones- hasta el nivel donde la inteligencia y los sentimientos disputan con aquello que es, y confrontan con la multiplicidad de problemas que propone la existencia real.

Nosotros no hemos elegido escuchar la voz que nos llama a este compromiso de cambio. Ese llamado nos convoca, aún sin quererlo, no desde afuera, no desde el mundo, ni desde las cosas, sino desde muy adentro nuestro, desde un lugar de claridad y misterio, ubicado aún más adentro que nuestro propio yo. Ese llamado proviene de un lugar que no es nuestro, aunque está en cada uno de nosotros, él constituye la chispa (les dije que volveríamos sobre la chispa), el origen, el último núcleo de nuestra naturaleza común. La chispa o semilla que nos hace hermanos a todos, aún sin quererlo, como siempre lo son los hijos de un mismo padre, aunque lo ignoremos y hasta intentemos desconocerlo. Ese llamado es espiritual, y estaba en nosotros desde antes de ser cada uno quien es. Nos precede, porque nos es natural estar llamados al bien común de todos nosotros. Y la entidad más alta del mundo, la que de modo más elevado expresa nuestra humana naturaleza, es la comunidad de estudio y reflexión que integran Ustedes,  amigos, porque tiene la gran responsabilidad de hacer posibles las condiciones espirituales (culturales, científicas, racionales e incluso religiosas) para que la concordia y la prosperidad se realicen, manifestándose en el esplendor de un orden que -precisamente- sea humano.

Inspiración, educación del ser humano, renovación cultural, he aquí los tres principales aspectos, las tres consideraciones maestras bajo las cuales transita la obra histórica cumplida por los grandes acontecimientos y movimientos culturales, cualquiera sea su raíz filosófica y religiosa, su mensaje a todos los hombres del mundo, cristianos y no cristianos, creyentes o no. Para todos, pues es la voz de la razón, y es la voz de la naturaleza humana misma que hablan en un suave susurro en nuestros oídos, con respeto y suavidad de madre, pero con firmeza y autoridad de padre y guía, y que reclama, esa misma naturaleza reclama, ser proseguida, realizada y continuada, porque no sabríamos, no deberíamos, no podríamos, sin traicionarnos a nosotros mismos, detener la fuerza espiritual que nos reclama  renovar la faz de esta tierra nuestra.

. Dicho de otro modo, se debe cuidar ante todo de la profundización y la renovación de esa fuerza, de ese conocimiento teológico y filosófico, que es para el hombre de primera necesidad y al cual, no obstante las apariencias de fragorosa superficialidad, tantos espíritus aspiran hoy en realidad, insisto, hoy, consciente o inconscientemente, y con una intensidad que sería grave desconocer.

Sin equívocos: no se trata de pseudo-renovaciones filosóficas que traicionan la razón, en su esfuerzo por aprehender el ser; ni de pseudo-renovaciones teológicas que pretenden cambiar las verdades reveladas por Dios. Las renovaciones auténticas de las que si tenemos necesidad –y no  únicamente de los cristianos, sino de todos los hombres del mundo de corazón dócil y abierto y buena voluntad, de cualquier religión y de cualquier vertiente filosófica, son las renovaciones en las vías de abordaje, las metodologías, el cuidado en los descubrimientos y el progreso en la manera de proponer y tratar los problemas. Una manera más libre, más respetuosa de la experiencia, más intuitiva también, y más atenta a la historia del pensamiento y al desarrollo de las ciencias. Como también atentas a las diversas filosofías, y sofísticas contemporáneas, no para dejarse remolcar blandamente por ellas sino para comprender y reinterpretar todo a la luz de una sabiduría apasionadamente fiel a lo real, y capaz de crecer sin fin porque es perdurable, como hay tantas sabidurías en cada cultura y tradición, pero siempre que sus discípulos no se duerman, y ellas se renueven de edad en edad, refrescadas por la misteriosa fuente de juventud, que es la fidelidad a lo real, y a la verdad.

Porque hay que actuar, al final, en el mundo. Y para que todos los ciudadanos estén en posición de cumplir su papel en la vida social y política, se debe poner un gran cuidado en la educación cívica y política. Es que, según la común manera de pensar que imperaba desde el Renacimiento, la política era considerada como un simple asunto de cinismo inteligente, algo esencialmente amoral y librado a las leyes de la astucia y la violencia. Al contrario, las reglas supremas de la vida política, deben ser el respeto a la dignidad de las personas y de sus derechos, y la justa noción de bien común, y también del bien de toda la familia humana. Es central la toma en consideración de la igualdad radical entre las personas y pueblos, para la eliminación de los odios y las discriminaciones de género, raciales, y de los sentimientos instintivos de hostilidad entre naciones.

          Se advierte allí a que inmensa tarea de educación estamos llamados por las exigencias de una tal revolución en nuestro habitual régimen de pensamiento.  Se trata de toda una filosofía política, y una ética política, fundadas sobre la razón natural, iluminada por la fe en el hombre.

¿Acaso hemos entendido ya que “se trata de convencernos de que no podemos ignorarnos, y que solo podemos amarnos? Mediante la justicia, el derecho, la negociación y nunca mediante la fuerza, ni la violencia, ni el miedo, ni el engaño. Uds., los que piensan y enseñan, existís para unir a los unos a los otros, sois un puente y una red; en lo temporal, un sostén de la humanidad. La vuestra es empresa de fraternidad, y la fraternidad entre todos, es llamar a todos, escuchar a todos, y nunca defraudar la confianza de ninguno.

Esa es la tarea: poner en marcha el prolongado esfuerzo de recta razón y de buena voluntad gracias al cual, se pueda salvar a cualquier precio, la esperanza de los hombres, en un ideal temporal de concordia, un ideal dinámico de paz sobre la tierra, por utópico que parezca en el punto de partida. 

 Maritain,  en ninguna de sus propuestas cedió un ápice a su deber humano de obediencia a la verdad que enseña la razón natural, y que se hace inmediatamente evidente a cualquier hombre que la busca con el corazón limpio, la mirada atenta, el oído humilde, y la voluntad puesta en servicio a los demás hombres, que se vuelven entonces sus hermanos.

Nos dejó ineludibles verdades temporales, como la necesidad de terminar con los sentimientos de hostilidad, desprecio y desconfianza, y  la firme voluntad de respetar a los otros hombres y a los otros pueblos, así como su dignidad, y la práctica asidua de la fraternidad, que son absolutamente indispensables para la construcción de la paz, Así que la paz, no es solamente obra de la justicia, es el fruto del amor fraternal entre los hombres, que va mucho más allá de lo que la justicia puede aportar.

          El amor, la fraternidad, he aquí la gran palabra, que es evangélica, pero también integra la tradición de todas las religiones y filosofías, esa es la buena nueva. Y es con relación al orden temporal, en si mismo, y a las realizaciones que promueven el crecimiento y el desarrollo humano, que pronunciamos esa palabra. No habrá absolutamente nada que se haga, ni siquiera por el más intenso trabajo de renovación social, ni tampoco por los más generosos esfuerzos de acción social, no habrá nada duradero en lo temporal, sin la fraternidad, sin ese sentimiento de amistad cívica y social, que significa, con certeza, más que las técnicas de la psicología de grupos y de otras técnicas relacionales, hoy de moda. Que serán muy útiles, pero solo son técnicas.

Una chispa de hermandad

          Tenemos todos, que cambiar nuestro corazón, un gran cambio de corazón, en virtud del cual, lo que tendrá verdaderamente la primacía para inspirar la política y las relaciones entre los pueblos y las naciones, allí donde hasta el presente el cinismo y el egoísmo han tenido en general la primacía, será una auténtica y eficaz amistad y, no solo entre los cristianos; este amor fraterno, que ve en todo hombre, sin importar a que raza, confesión religiosa o areligiosa pertenezca, aquello que él es, intrínsecamente: un miembro sagrado de la humanidad, o sea de la familia humana, persona irrepetible de naturaleza espiritual, supremamente digna y valiosa, por el mismo motivo que Ustedes y  yo mismo lo somos. Un tal cambio de corazón es un cambio de voluntad, es la condición primera, para que el espíritu y las enseñanzas de solidaridad y respeto entren en las realidades de la existencia. Verdades temporales y prácticas todas. Ese cambio de voluntad provendrá -solo puede provenir- de aquella chispa (¿recuerdan que volveríamos a hablar de ella?), que nos hace hombres e iguales. ¡Y ahora ya sabemos que es una chispa espiritual!

Concluyendo: de los hombres y mujeres ofendidos y dañados, de los jóvenes, los pobres, los desheredados, los olvidados, sois la última esperanza. Vuestra tarea es la más elevada en lo temporal, la máxima y más alta labor de la humanidad. La empresa de todos. No defraudéis la confianza de ninguno.

Que ninguno de nosotros esté más arriba que el otro, porque la humildad es condición de la hermandad, y el orgullo rompe la fraternidad que nos es natural.

Este inmenso esfuerzo requiere bases espirituales, la conversión de nuestras conciencias, que sean capaces de poner el progreso humano, las ciencias y las técnicas, todas, al servicio de la solución de los problemas y peligros que amenazan a la humanidad entera: disponemos de instrumentos para ciudar, legislar, organizar,  y de alcanzar las más elevadas conquistas. Lo que se juega aquí, son los derechos y los deberes fundamentales de los hombres, su libertad y dignidad. Este es un ideal dinámico, lo iremos descubriendo, poco a poco y construyendo más lentamente aún, y nunca terminaremos el trabajo. Pero, confiemos; la chispa, ¿la recuerdan? no se apagará nunca. Y, en Ustedes, está bien cuidada, porque sois pensadores y profesores, lo más elevado que existe en la sabiduría humana, vuestra misión es sagrada, porque sagrado es el hombre para el hombre.